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La embarcación, botada en 1937, participa estos días en la Illes Balears Clàssics del Club de Mar


El Manitou nació para la velocidad, para ganar regatas. Con ese fin encargó el barco su primer dueño al ingeniero naval Olin Stephens. Logró sobradamente su objetivo pero, sin embargo, lo que nadie podía prever es que este precioso velero quedaría para siempre unido a la historia de uno de los personajes más conocidos del siglo XX: John Fitzgerald Kennedy, el malogrado JFK.

Este yawl (velero de dos palos) de 18,8 metros de eslora fue botado en 1937 en los estadounidenses astilleros M.M. Davis & Son, en Maryland. El objetivo de su primer dueño, el empresario James Lowes, era ganar la Chicago-Mackinac Race y a fe que lo consiguió pues el Manitou venció en tres de las ediciones en las que compitió. No fue la única regata en la que venció pues también se llevó la victoria en la Port Huron-Mackinac Race, estableciendo entonces una nueva marca que pulverizaba todas las anteriores.

Sin embargo, en 1956, después de dos décadas de disfrutar de la navegación a bordo, Lowes decidió donar el barco a la academia de guardacostas estadounidense, con el fin de que sirviera para llevar a cabo ejercicios prácticos en los programas de formación del servicio encargado de garantizar la seguridad de las costas en el país norteamericano. Ese fue el punto decisivo por el que la historia del Manitou se cruzó en la vida de JFK.

John Fitzgerald Kennedy fue siempre un enamorado del mar en general y de la vela en particular. Ganó varias competiciones de la clase Star mientras cursaba estudios en Harvard. En la Segunda Guerra Mundial, con 25 años, fue el comandante de una lancha torpedera, la PT-109, que sirvió en el Pacífico participando con éxito en varias acciones bélicas. Sin embargo, la embarcación se fue a pique el 2 de agosto de 1943, partida en dos tras ser embestida en mitad de la noche por un destructor japonés. Dos miembros de la tripulación murieron, otros permanecieron en el agua 15 horas, pero el comandante pudo salvar a uno de los heridos ayudándole a llegar hasta la costa. El conflicto bélico también dio un giro en el destino de John cuando el primogénito de la familia, Joe, murió cuando participaba en un ataque aéreo a las bases de los temibles cohetes V1 y V2 de los nazis. A partir de entonces, John pasó a ser para su padre el candidato a desarrollar una pujante carrera política.

Finalmente, JFK se convirtió en presidente de Estados Unidos en enero de 1961 tras doblegar a Richard Nixon en un ajustado recuento de votos. Al nuevo presidente no le gustaba el yate presidencial, un barco a motor que se llamaba Lenore. Por este motivo, puso a buscar a un amigo un velero elegante y rápido. Y ahí llegó el flechazo con el Manitou.

El barco fue equipado en pocos días con los mejores equipos de comunicación que le convirtieron en una especie de Casa Blanca flotante. Dos guardaespaldas siempre escoltaban a Kennedy dentro del barco y fuera de él, una fragata de la Armada vigilaba que nadie se acercara más de lo necesario. Sin embargo, el Manitou, se convirtió en un auténtico remanso de paz para el atribulado JFK en el corto periodo que fue presidente de Estados Unidos. Una de las personas más cercanas a Kennedy contaba años después que el presidente constantemente garabateaba en un papel la silueta del velero, tal vez con el deseo inconsciente de encontrarse a bordo surcando el mar.

Desgraciadamente, la presidencia de Kennedy acabó de manera trágica y el Manitou se vendió en 1968, cinco años después de la muerte de JFK a la Harry Lunderberg School of Seamanship, en Maryland, donde sirvió de nuevo como barco de prácticas para futuros marineros. Llevaba poco tiempo en este centro de formación cuando el magnate Aristóteles Onassis, a punto de casarse con la viuda de Kennedy, realizó varias millonarias ofertas por el barco, para ofrecérselo como regalo a su nueva pareja. Sin embargo, el responsable de la escuela, Paul Hall, prefirió a pesar de la tentadora oferta que el Manitou siguiera sirviendo como escuela de marineros.

Curiosamente, el barco volvió a sus orígenes en 1999 cuando fue adquirido por la nieta de su primer dueño, Laura Kilbourne. Kilbourne cuidó con esmero el velero e inició un pormenorizado y estricto proceso de restauración que no pudo culminar por falta de recursos económicos. La resurrección del Manitou pudo completarse tras ser vendido en 2010 a un grupo de cuatro armadores que culminaron el trabajo comenzado por la nieta de James Lowes. Desde entonces, este precioso ejemplar de la historia de la vela se trasladó al Mediterráneo, donde participa habitualmente en las pruebas del circuito de vela clásica.

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